“Se llamaba Antonio Tabucchi, era de origen italiano”, ¿sostiene Pereira? Esta oración podría, humildemente, albergar la pretensión de fluir de la pluma del antihéroe más célebre parido por la fértil imaginación de Antonio Tabucchi, pues así comienza la necrológica titulada Asesinato de un periodista. Con ella, el personaje denunciará la muerte a la que la policía portuguesa del régimen dictatorial de Salazar condena, tras someterlo a tortura, a Monteiro Rossi, el joven que Pereira nunca fue, dotado del valor que Pereira siempre admiró; el hijo que Pereira jamás tuvo, y en el cual Pereira depositó su amor filial; en definitiva, el alter ego de Pereira, ya que el dolor ante la muerte del muchacho confirió a nuestro hombre la valentía precisa para pasar a la acción y protestar activamente por las tropelías y crímenes de la dictadura.
Podemos afirmar que la proposición “era de origen italiano” es absolutamente precisa, pues, aunque nunca renegó de su procedencia, el autor siempre hizo gala de su corazón portugués. De hecho, poseía dicha nacionalidad, vivía en Lisboa desde hacía algún tiempo, y manifestó su deseo de ser enterrado en esta ciudad – Tabucchi canta a Lisboa en su Requiem -, la cual conoció cuando era universitario fascinado por Fernando Pessoa, poeta portugués que deviene en leyenda, es más, que corona el universo mitológico del país.
La primera obra del escritor que yo leí fue La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. A continuación, devoré Sostiene Pereira, y me pregunté cómo podría haber estado yo tanto tiempo sin conocer la magnífica prosa de este autor. Automáticamente, elevé estas dos obras – pequeñas en cuanto a su extensión, gigantes por su contenido -, a la condición de must de mi biblioteca. Se dio además la circunstancia de que hacia poco que yo había visitado Oporto y Lisboa, ambientación física y emocional de ambas lecturas, y llegué a la conclusión de que, probablemente, para amar Portugal no es estrictamente necesario ser portugués.
Antonio Tabucchi, in memoriam.
MARGA
Podemos afirmar que la proposición “era de origen italiano” es absolutamente precisa, pues, aunque nunca renegó de su procedencia, el autor siempre hizo gala de su corazón portugués. De hecho, poseía dicha nacionalidad, vivía en Lisboa desde hacía algún tiempo, y manifestó su deseo de ser enterrado en esta ciudad – Tabucchi canta a Lisboa en su Requiem -, la cual conoció cuando era universitario fascinado por Fernando Pessoa, poeta portugués que deviene en leyenda, es más, que corona el universo mitológico del país.
La primera obra del escritor que yo leí fue La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. A continuación, devoré Sostiene Pereira, y me pregunté cómo podría haber estado yo tanto tiempo sin conocer la magnífica prosa de este autor. Automáticamente, elevé estas dos obras – pequeñas en cuanto a su extensión, gigantes por su contenido -, a la condición de must de mi biblioteca. Se dio además la circunstancia de que hacia poco que yo había visitado Oporto y Lisboa, ambientación física y emocional de ambas lecturas, y llegué a la conclusión de que, probablemente, para amar Portugal no es estrictamente necesario ser portugués.
Antonio Tabucchi, in memoriam.
MARGA
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